Llegó el otoño, se fue el verano. Llegó el tiempo de que se caigan las hojas y por qué no, también muchos de los amores de verano. Los árboles mudan las hojas y muchos mudamos la piel del corazón para poder afrontar el frió del invierno.
Hojas por el suelo que un día estuvieron en la copa de ese árbol que no tenía final, lo llamaban amor y no entendían que la raíz no daba para tanto.
Que todo lo que nace de una noche de verano muchas veces no llega a ver las hojas del otoño y mucho menos te quita el frió del invierno.
No es por ti, es por mi. Por no saber manejar los tiempos y dejar que todo dure más de lo que debería. Que este árbol que fuimos construyendo no nos dejaba ver el sol.
Vivíamos a la sombra porque sabíamos que ver la luz nos acabaría haciendo daño.
Nos pasamos de regar con agua lo que ya no florecía y nos acabamos ahogando en lo mismo que los demás, polvos de una noche alargados en el tiempo.
Siguen siendo el abono perfecto para que todo salga mal.
Que llegó el otoño, que llegó el final. Más que una estación es una parada obligatoria de lo que s un día quiso llamarse amor.
El amor verdadero siempre llega a los inviernos una y otra vez. Quererse más que junio, julio y agosto ya es casi, sinónimo de verdad…