Aposté por ti, creyendo que tenía la mejor mano para acabar con una partida que ya duraba demasiado tiempo.

Aposté, sabiendo que arriesgaba mucho más de lo que me quedaba por ganar. Lo hice y no lo volveré hacer.

La vida te acaba dando lecciones de una manera u otra. Y una vez más me dejo con la cara de póker en la partida de la vida…

Aposté, un día tras otro, en una partida en la que jugábamos muchos para tan poco premio.

Lo digo con la boca pequeña, porque hace un tiempo me faltaban halagos para definir lo que considere un día, por error, más que un premio, una razón para creer en algo que cada día veo más lejano…    

Aposté, regateé y conseguí dejar fuera a quienes, por suerte, vieron que el único farol que había en el juego era el tuyo. Se quedaron pronto, quizás les recordaste a alguien que un día tuvieron que dejar marchar.

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Retirarse a tiempo siempre ha sido y será una de las grandes victorias de la humanidad. No lo supe ver, y quise ser el héroe en una batalla que ya había perdido…

Se fueron unos, mientras que los demás nos empezábamos a odiar entre tanto tira y afloja. Las miradas ya hacían daño. Los ojos ya lloraban mentiras, y eso, que aún no nos había jugado ese maldito ALL IN…

Al final decidí jugar a todo o nada. Y me acabaron fallando las mejores cartas que llevaba encima.

Se fue la que jugaba como amistad, la del sexo duro, la de estar siempre ahí, la de la fidelidad y sobre todo la del tiempo.

Se fueron todas de una vez, me engaño la vista y sin llevar más que una mala mano me acabe jugando la vida. Me quede sin nada.

Pero a día de hoy, probablemente yo sea mucho más rico que tú. Y no hablo de dinero…

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