La vi, detrás de una barra como si el mundo no fuese con ella, repartiendo sonrisas que me sonrojaban incluso cuando no eran para mi.

Tenía ese algo en la mirada que llevaba años buscando. La sencillez de quien ya se ha cansado de llevar chaleco anti besos y apuesta por jugar con las cartas boca arriba…

Me asustó que mis ojos ya fueran imán de su cuerpo sin mediar palabra.

Inevitable atracción de quién además de una sonrisa bonita tiene un cuerpo de los que solo se ven en las puertas del infierno, todo pecado…

Pero tenía algo mágico que un cuerpo solo no puede mantener.

No era solo un cuerpo bonito. Y es que detrás de una fachada que deja sin aliento hay un alma que quita el hipo.

Dos palabras y el experimento de física acabó reventado de tanta química. Éramos juntos dinamita para otros ojos.

Llevamos el cartel de inflamables sin darnos cuenta y lo único que nos daban ganas era de darnos calor a beso lento…

A más conversación más convencido estaba de que no era una chica más en la lista de las sonrisa bonitas.

Tenía ese “no sé qué” que no sabría definir en palabras, de los que se arreglan con besos a las dos de la tarde y las tres de la mañana. Ese “algo”, que acaba en abrazos de media noche en los que no hace falta nada más.

Ese “que se yo” que hace que tenga ganas de ser su almohada permanente en la misma cama y dormir contando despacio todos los tatuajes que adornan su espalda….

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *