Siempre. Que no es para toda la vida.

Porque nunca se sabe cuándo sonará el clic en la cabeza de alguno de los dos. Una pieza se va y el puzle se desmorona…

Hoy en día jurarse amor eterno es jugar con fuego, con una llama que ahora rebosa fuerza y luz y que un día puede llegar a apagarse de la manera más inesperada. Sin dejar ni una chispa, ni el más pirómano la pueda reavivar.

Jurarse amor eterno es aventurarse demasiado en una vida que da muchas vueltas.

Siempre no es para toda la vida y que toda la vida tampoco es para siempre. El primer amor parece eterno y poca gente lo lleva a su final, por algo será. En las bodas solo existe un sí quiero, y no va acompañado de ningún para siempre.

Porque calcular cuánto tiempo nos vamos a querer es una matemática imposible. Es muy difícil engañar una mente que ya ve un final donde existió un gran principio.

Nos centramos en querernos eternamente y se nos olvida ir queriéndonos día a día, noche a noche y beso a beso.

No valoramos lo que tenemos hoy porque creemos que será para toda la vida y al final esta vida es tan puta que hasta el amor caduca…

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