Hablamos de sumar, restar y multiplicar. Empecemos por lo básico. Uno más uno son dos, y tres es una multitud que, en lugar de sumar, lo más probable es que acabe restando.

Sumar, que no es lo mismo que acumular, que hay gente que suma años y gente que sólo los acumula, triste final para estos último que entre paréntesis y corchetes se les va escapando la vida…

Multiplicar, que no es más que compartir felicidad. La felicidad contagia y la alegría no se gasta, si además de sentirla, la acabas compartiendo con quien te da la gana.

Multiplicar momentos, multiplicar acciones, en definitiva, multiplicar la vida por dos porque nunca se sabe cuándo tocará empezar a restar…

Y como no, en toda matemática siempre existe una resta. Por mucho que lo intentes evitar siempre acabarás encontrando algún signo en negativo, que te acabe condicionando todas las matemáticas de la vida.

Momento en el que solo ves lo negativo, lo de sumar ya parece muy lejano y lo de multiplicar la vida te suena ya a broma de mal gusto.

Y es aquí, donde hay que levantar la cabeza y pensar que todo problema acaba teniendo una solución, que si no eres parte del problema probablemente tampoco seas parte de la solución, y no al revés…

Que te olvides de dividir en este caso, que lo mejor es ir de cara a los problemas para no dejar que ninguna incógnita nos acabe jodiendo la vida

Y que, en este caso, el orden de los factores sí que altera el producto, porque el producto en esta vida eres y serás siempre tú.

Las matemáticas son exactas, lo de la vida es otro rollo…

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