Abróchate bien que hoy la historia va de naufragar en la deriva. Que el barco en el que me mantenía, ya zozobra de dejar siempre que sean los demás los que lleven el timón.
Hoy tocó hacer referencia al Titanic y dejarse medio barco en ese puto iceberg que aquí acabamos llamando vida…
Que toco saltar con el salvavidas en la mano y jugarse la vida a cara de perro, sin esconder ningún as bajo la manga, porque la mejor jugada siempre es ir de cara al miedo.
Plantarle cara al destino y pedirle que no le marque el camino a quien hace mucho tiempo que sabe dónde va. Dejar el barco es la mejor manera de enderezar un rumbo que tenía perdido.
Que la brújula de la vida ya era más bien bruja con bastón, que guía del buen camino. Que jugaban a engañarme con espejismos de felicidad, me engañaban con destinos que no eran para mi y besos que se iban tan rápido como las velas cuando sopla el viento…
Me canse de gritar tierra a la vista, y pisar arenas en las que nunca deje huella. Me cansé de tener que justificar cada palabra cuando son otros los que hablan sin pensar.
Deje de rescatar esa gente que le encanta que le salven cuando tienen el agua al cuello, pero nunca se moja por nadie…
Deje el barco que un día amarre con doble nudo en mi garganta porque creía que era lo que mantenía a flote, cuando en realidad lo único que hacía era ahogarme en mis propios miedos.
Que ya no veía luz en ningún faro por mucho que me quisieran iluminar las ideas. Me cegó la soledad y ante eso solo había una opción posible.
Saltar y seguir. Nadar y vivir. Besar, sentir e insistir…
E insistir en que no hay que olvidarse nunca que el único faro que ilumina siempre, es el tuyo propio. Nadie tiene más luz que cuando refleja la propia felicidad que le llena por dentro.
Que hace que los ojos brillen mejor que ningún faro en mitad de la nada y dejan a ese tal » destino» cegado por la libertad para decidir, como, cuándo y dónde me da la gana de ir…
Salvavidas es salir de casa con la sonrisa puesta.